Una invitación y una alianza
En estas últimas décadas, la palabra “misión” y la práctica misionera han estado presentes con buena asiduidad e intensidad en la vida de muchas iglesias evangélicas, y en diferentes círculos ministeriales y teológicos en América Latina. Décadas en las que la iglesia creció y se expandió ministerialmente, y de donde surgió una narrativa teológica evangélica y contextual, así como también, se produjo un despertar misionero que llevó a miles de latinoamericanos a instalarse en diferentes rincones del mundo de hoy.
En el transcurso de estas mismas décadas, América Latina ha ido y venido, por así decirlo. Fue en busca de mayor seguridad alimentaria para los más pobres, atención de partos y cuidado de hijos para evitar su muerte prematura, mayor viabilidad de las escuelas para los niños y empleo para los adultos. Estuvo también en la búsqueda de programas sociales para los más pobres y alternativas democráticas que pudieran reemplazar, con libertad y dignidad, a los insistentes regímenes totalitarios, pero luego volvió la América Latina, como la que conocemos en estos días. Ha vuelto a ocupar un lugar triste en el mapa del hambre, presenciando altas tasas de deserción escolar, desempleo, viviendo con retóricas y prácticas de totalitarismos violentos y excluyentes.
Entonces, las multitudes volvieron a acariciar los sueños de emigración que, una y otra vez, se convierten en pesadillas, como atestiguan miles de miles de refugiados “tambaleándose” por los caminos y desvíos que apuntan, una vez más, a las “venas abiertas de América Latina”, como ayer nos enseñó Eduardo Galeano, y hoy nos recuerda la cruda realidad.
Esto, lo decimos con pesar, mientras innumerables tipos de Biblias circulaban por las diferentes iglesias y segmentos de nuestra sociedad, muchas iglesias se establecían en los lugares más sorprendentes. Los tonos de “aleluya” se multiplicaban, y un grupo creciente de personas comenzaba a decir: “llámame pastor, por favor”.
En el relato teológico que se basó esto, y desde este continente, hubo dos palabras que fueron centrales y orientadoras, por lo que es necesario volver a ellas: Palabra y contexto.
Es hora de volver a la Palabra en oración, para que ella sea soplada sobre nosotros, entre nosotros y en nosotros por la acción del Espíritu Santo. Es hora de volver a escucharla en boca de la voz encarnada de Jesús, llamándonos a una obediencia renovada que brota como signo del Reino de Dios. Nuestras madres y padres acogieron la Palabra y buscaron ser identificados como seguidores de Jesús, y nosotros necesitamos hacerlo nuevamente. Es por eso, que extendemos la invitación a que, en colaboración, procedamos a este escuchar de la Palabra que genera obediencia evangélica y testimonial en y desde América Latina.
Entendemos también que, para generar esta obediencia, es fundamental discernir nuevamente dónde pisan nuestros pies y qué experimentan en este momento. Un tiempo difícil de describir en su multiplicidad y complejidad. Difícil de vivir en medio de polarizaciones, miedos, carencias y violencias que nos marcan a todos. Esta vez es otro tiempo, aunque ni siquiera sepamos qué significa ese “otro tiempo”. Para discernir el pulso de este tiempo, incluso como ejercicio de escuchar la voz de Jesús que emerge de las entrañas de esta hora, afirmamos la necesidad de, juntos y en colaboración, buscar espacios de encuentro, establecer mesas de diálogo teológicas y pastorales, y diseñar y orar por aquellos caminos que reafirmen la vocación, busquen un compromiso de fe, y de fe comunitaria, y quieran encontrarse sirviendo a los demás en el amor, y así afinar el tono del canto que canta el aleluya a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En nombre del comité organizador,
Encuentro de Reflexión Misionológica
encuentro@reflexionmisionologica.com
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